En mi empeño para que mis hijas sean felices, una de las cosas que más me preocupa es que aprendan a relajarse cuando están nerviosas, a tranquilizarse cuando algo les preocupa, a identificar lo que les pasa y que, en definitiva, aprendan a gestionar correctamente las emociones y el autocontrol (un trabajo que les llevará seguramente toda la vida). Hoy os voy a contar el método que utilizo para trabajar la meditación: el cuento de la tortuga, que en casa me funciona extremadamente bien.
- Identificar la emoción. Detectamos que nuestro peque está nervioso o llorando porque ha ocurrido algo que ha hecho que se enfade, se ponga triste, celoso, etc. La clásica rabieta. Lo primero que tenemos que hacer es identificar bien lo que le ha ocurrido. Se lo preguntamos y nos lo cuenta, o nos lo cuenta otra persona y contrastamos la información para cerciorarnos de que es eso exactamente lo que ha ocurrido y cómo se siente nuestro peque.
- El cuento. Primera parte: Contexto. Sabiendo lo que ha pasado, vamos a contarle la misma historia personificada en la tortuga. La tortuga asume la personalidad y el ambiente del niño al que va dirigido el cuento, yo elegí el nombre de Casiopea porque es la tortuga de Momo, y la tortuga de mi otra hija tiene el nombre de otra constelación. Pero el nombre es lo de menos. Ellos tienen que identificarse con esa tortuga. Ejemplo: La tortuga XX, que como ya sabemos, vive con su familia (describimos la familia o el entorno en el que vive el niño), que la quieren mucho, sus amigos, su familia (describimos los del cole, los del barrio, los primos, todos los datos que sean necesarios para que el niño identifique el entorno de la tortuga con el suyo), se ha enfadado porque su hermana (nombre de la tortuga de su hermana) le ha roto uno de sus juguetes favoritos. La tortuga Casiopea está muy enfadada y triste, no entiende lo que ha pasado, y ha roto a llorar desconsoladamente. Esta parte es imprescindible: detectar la emoción que siente el niño, verbalizarla y normalizarla con el ejemplo de una tortuga a la que le ha ocurrido exactamente lo mismo.
- El cuento. Segunda parte. Meditación. Una vez que hemos creado el escenario en el que el niño se siente identificado, vamos a ver cómo lo resuelve la tortuga, y aquí, entra en juego la meditación: Ejemplo: Para tranquilizarse, la tortuga se mete dentro de su caparazón. Ahí dentro no le preocupa nada, nada de lo que tiene alrededor le afecta y puede concentrarse. Lo primero que hace es respirar y observar su respiración (respiramos con él o ella, insistiendo en la respiración abdominal o diafragmática). Lo siguiente, empezamos a describirle, en un tono muy tranquilo, cómo cada parte de su cuerpo empieza a relajarse: los pies que están tocando el suelo, las manos que dejan de estar apretadas y se relajan, la tripa que sigue el ritmo de la respiración, la mandíbula que tiene que relajarse y dejar de apretar los dientes… Así con cada parte de su cuerpo para que vaya tomando conciencia y concentre toda su energía en la relajación. En esta parte, si no lo habéis hecho nunca, os aconsejo que primero escuchéis audios de relajación o apps de meditación guiada como Calm (en inglés) o Hacia la calma, para inspiraros. También os aconsejo el libro del que hablé en el blog: Tranquilos y atentos como una rana.
- Final. Cuando ya está relajado o relajada, retomamos el motivo inicial para explicarle que ha conseguido tranquilizarse gracias a él o ella misma.
Cuando son un poquito más mayores, lo ideal es que escojan ellos mismos un lugar de confort al que acudir en esos momentos, una playa, un sitio tranquilo que les relaje, en el que incluso solo con oír la palabra les produzca sensación de relax… ¿os animáis?